Control de impulsos y agresividad

Control de impulsos

Los impulsos son comportamientos que sentimos necesidad de hacer, automáticos e irracionales que aparecen ante algún estímulo interno o situación que lo evoca y que podemos realizar de forma instintiva e irreflexiva o, por el contrario, podemos controlar e inhibir para evitar realizar.

Se produce un aumento de la tensión, la persona se activa emocionalmente, manifiesta un deseo o impulso que puede ocasionar daños actuando de manera impulsiva y reaccionando de manera inesperada.

Es una conducta precipitada y desajustada ante un aspecto del propio individuo que no suele tener en cuenta las consecuencias de sus actos.

Durante la ejecución se experimenta una sensación placentera y liberadora, pero tras la acción pueden aparecer sentimientos de culpa.

A las personas impulsivas se les reconoce como imprudentes, arriesgadas, poco reflexivas, insensatas, inconscientes e irresponsables.

Cuando experimentamos dificultades para controlar estas conductas y nos resulta casi imposible dejar de actuar de cierta forma perjudicial y negativa, puede tratarse de un problema de control de impulsos.

Situaciones estresantes o de frustración pueden desencadenar un comportamiento impulsivo difícil de controlar y que pueden poner en riesgo a la persona o a otros individuos.

La persona con déficit en el control de impulsos puede experimentar nerviosismo y ansiedad ante determinada situación.

Cuando se trata de conductas negativas que se siguen repitiendo a lo largo del tiempo y que no se pueden evitar, se habla de un problema de autocontrol.

Dependiendo del tipo de impulso pueden diferenciarse las causas, aunque fundamentalmente son estrés elevado y tensión, con sentimientos de culpabilidad que aparecen tras realizar la conducta.

También se identifican problemas de autocontrol en individuos con trastornos de personalidad o problemas sociales.


Agresividad

La agresividad es un conjunto de conductas que se manifiestan en un estado emocional, principalmente de odio, de frustración e ira que causa un daño y que se dirigen hacia la propia persona o hacia otros (otras personas, animales u objetos).

Es un modo desproporcionado de reaccionar ante diferentes situaciones o interacciones con los demás, desajustadas e incorrectas, con el que se pretende herir física o psicológicamente y situarse por encima del que tenemos delante.

La agresividad, como la ansiedad, es una reacción ante una situación o estímulo, surge como una respuesta adaptativa ante los peligros, necesaria para la supervivencia ante las amenazas.

El problema viene determinado por la descontextualización de su manifestación, por su intensidad o por cómo y hacia dónde se dirige. Es fundamental, por tanto, tener la capacidad de manejarla y controlarla.

Cuando una persona no consigue controlar sus impulsos y permite que sus reacciones agresivas surjan de manera indiscriminada, tiene consecuencias negativas tanto para la persona que emite la conducta agresiva como para quienes le rodean.

La persona agresiva puede encontrar alivio en la sensación de miedo y de poder sobre los demás. Esta impone su punto de vista, sus opiniones (correctas o no), sus intereses y busca conseguir su bienestar sin interesarle los demás. La persona trataría, por tanto, de situarse por encima de la otra persona sin tener en cuenta sus sentimientos, intereses o derechos.

Hay factores que pueden agravar la agresividad, como factores emocionales intensos.

Creo que soy agresivo ¿Qué debo hacer?

Todos nos enfadamos a veces y, el enfado en sí, no es malo. El problema puede surgir dependiendo de cómo manejemos ese enfado. Si este enfado perdura y es muy intenso, puede llevar a la agresión que puede ser verbal, física o sexual. Cualquiera de estos tipos de agresión se puede expresar de manera abierta o encubierta, siendo la segunda una forma pasiva de expresarla.

A veces, no nos damos cuenta de que la mala actitud que tienen personas hacia nosotros es provocada por esa agresión pasiva que podemos cometer. Por todo esto hemos de reconocer el grado y la frecuencia con la que agredimos.

A corto plazo, la agresión puede ayudarnos a conseguir lo que queremos, pero a medio y largo plazo deteriorará muchísimo nuestras relaciones y provocará muchas emociones negativas a las personas que se relacionen con nosotros.

En resumen, hará que las personas de nuestro alrededor se sientan mal con nosotros y que muchas de ellas se vayan. Para corregir todo esto es importante reconocer nuestros sentimientos y las conductas que desembocan.

¿Qué hacer si creo que mi hijo es agresivo?

Durante la adolescencia nuestro hijo es muy sensible a su entorno, a la baja autoestima o a la ansiedad. Es una etapa de cambio físico y psicológico al que se suma el malestar que ya de por sí viven en su día a día los adolescentes en el colegio, con su familia, etc. Son, por tanto, más propensos a este tipo de conductas agresivas. El problema viene si esas conductas agresivas llegan a transformarse en violentas.

Las conductas violentas llevan consigo daño físico o psicológico y una intencionalidad. Para determinar si existe verdaderamente un problema se debe conocer el límite donde termina una conducta agresiva y empieza una violenta. Además, hay que definir este tipo de conductas en base a su duración, las veces que se dan y la intensidad de las mismas. Para todo ello, la ayuda de un Psicólogo es lo más adecuado.

El profesional de la psicología nos puede ayudar a ver cuáles son las conductas que queremos cambiar, cuáles son sus causas y porque se mantienen, qué pensamientos tienen nuestros hijos y cuáles tenemos nosotros, de qué manera hemos de comunicarnos con ellos para gestionar los problemas mejor, además de proporcionarnos un gran número de herramientas para tener éxito.

En Psicólogos Granada ofrecemos ayuda especializada para el control de impulsos y agresividad, pide cita.